Un amigo me contaba el otro día que su hijo había ganado un premio en su escuela por resolver problemas matemáticos complejos. Obviamente que lo felicité y le pedí que me contara más, realmente es hermoso escuchar por lo menos para mí, este tipo de historias.
El accedió y comenzó contándome que era una especie de concurso el cual se lo habían informado con mucho tiempo de anticipación, unos seis meses antes por lo menos. Matías (su hijo) había quedado super contento puesto que ama la matemática y se le da muy bien.
Comenzó a entrenar duro, se lo tomó como un verdadero reto. Todos los días al llegar de la escuela, le pedía a su padre o a su madre que lo ayudarán a plantearle retos y problemas matemáticos para que él pudiera resolverlos.
Pasaba horas leyendo fórmulas y practicando. Estaba sumamente emocionado por ganar ese concurso, no solo porque le encantaba la matemática, sino que también el premio era algo que buscaba hace tiempo. La escuela llevaría al ganador a recorrer la universidad de la república y no solo eso, también podría hablar con estudiantes y profesores en el área de la matemática. Matías sabía que debía esforzarse, porque si quería ganar esa posibilidad única, tenía que dejar muchas de las cosas que hacía habitualmente de lado y centrarse en el estudio.
Ya no habría videojuegos, ni salidas a pasear, ni chatear con amigos. Estaba completamente abocado a ser la mejor versión de su ser matemático posible. Su padre y su madre lo alentaron y lo acompañaron en su cruzada, estaban muy orgullosos de que su hijo luchase por conseguir sus sueños, no importa cuál fuera.
Los meses iban pasando y Matías fue notando que casi nadie estaba estudiando como él. Parecía que los demás alumnos no se lo habían tomado de la misma manera. Los veía jugar a la hora del recreo y además se enteraba que se la pasaban saliendo de paseo y jugando videojuegos fuera del horario escolar. Si bien esto lo sorprendió, Matías también comprendió que quizá este concurso no era tan importante para ellos, como lo era para él. Pero también había una voz interior que le decía que de alguna manera esto también era bueno, puesto que cuanto menos los demás se esforzaran, él tendría mayor posibilidad de ganar.
“No entiendo cómo quieren ir a la universidad de paseo y están super expectantes por el premio y ni siquiera están haciendo nada por ganarlo” se decía a sí mismo. Los demás estudiantes pasaban hablando de lo bueno que sería hacer ese viaje y ganar ese premio, pero ninguno se preparaba para lograrlo. Pareciera que nadie allí se daba cuenta de que era un concurso y que ganaría el que mejor lo hiciera, por consiguiente el que más se esforzara y estuviera comprometido.
El día llegó, todos los estudiantes estaban listos en el salón para empezar la prueba. Los profesores de matemática de varias instituciones habían formulado problemas super complejos para resolver. Ver aquella hoja llena de ecuaciones y números enormes, podía causar un bloqueo mental a cualquiera. Sin embargo Matías, estaba super confiado. Se había preparado muchos meses antes para dar lo mejor de sí, y lo haría.
Le bastaron solo 35 minutos de las dos horas que le habían permitido utilizar. Fue el primero en levantarse y entregar el trabajo. El presidente de la mesa le preguntó si estaba seguro de entregarlo tan pronto y que podía tomarse un poco más de tiempo para estar más tranquilo. Matías le contestó que ya había revisado todo, y que estaba listo.
Tuvieron que pasar las dos horas completas, porque el resto de chicos las utilizó para entregar sus trabajos, también quedaron muchos que no lo terminaron, pero al final, los profesores se fueron a una sala adjunta al salón, para revisar las pruebas y poder tomar la decisión sobre el ganador. Todos los chicos salieron a jugar al patio, corrían y se reían, algunos hablaban entre sí sobre lo bien que la pasarían en el viaje si lo ganaban. Matías se quedó en una pequeña sala de espera fuera de la oficina de profesores, los nervios y la ansiedad le recorrían el cuerpo en aquel pequeño habitáculo con olor a humedad. Era una mezcla entre nervios y orgullo de haber hecho lo correcto. Si le tocaba ganar a otro, seguro sería porque se esforzó más que él, y se lo merecía.
Veinte minutos después, se abrió la puerta de la sala adjunta y llamaron a todos los participantes del concurso a volver al salón. Se daría el veredicto, y al fin se sabría quién era el feliz ganador de tan hermoso viaje. Habían risas y charlas al punto de que uno de los profesores tuvo que pedir silencio varias veces. Matías miraba como los demás alumnos no podían tomarse en serio ni siquiera unos minutos en clase, mientras él esperaba ansioso el resultado.
Se levantó uno de los docentes y luego de agradecer la participación de todos, confirmó al ganador del concurso, su nombre era Matías Gonzáles. Un gran aplauso irrumpió el salón y Matías, con los ojos llenos de alegría veía pasar en su mente decenas de horas que le habían costado llegar hasta aquí. Todo lo que se perdió de hacer, cada sacrificio rindió sus frutos. Era el ganador, ahora podría cumplir su sueño de viajar a la universidad y hablar con todas esas personas maravillosas que amaban la matemática tanto como él.
Le confirmarían en unos días como sería el viaje, y qué cosas debería preparar. Pero a la mañana siguiente, habían chicos disconformes con el hecho de haber perdido. Muchos de sus padres venían a la dirección de la escuela para hablar con el director y trasladar sus diferencias por el tipo de premio entregado y reclamar que sus hijos no eran menos que Matías. Ellos reclamaban la posibilidad de que todos los alumnos pudieran viajar, y de esa forma no estigmatizar su capacidad intelectual.
No querían que sus hijos se sintieran perdedores. Aunque el premio se lo había ganado uno solo, ellos también debían tener la posibilidad de hacer el mismo viaje. Según parece, las autoridades de la escuela encontraron coherente el reclamo de padres y alumnos, y les otorgaron la petición. Ahora TODOS irían al viaje.
Matías no podía entender como alguien que no se esforzó, pudiera obtener los mismos resultados que alguien que sí lo hizo. Se sintió estafado. Se había pasado meses preparándose para ganar ese viaje y ahora resulta que si no hubiese estudiado nada igual podría haber ido. O sea que se perdió horas de videojuegos y partidos de fútbol con sus amigos para nada. “¡Esto no puede ser así!” se decía.
Frustrado, contó en su casa lo que había pasado, su madre estaba triste por él, sabía que había hecho un gran esfuerzo y que no fue reconocido por nadie. Su padre (también un poco triste) lo invitó a dar una vuelta por el parque y así poder tener una charla juntos. Matías se veía melancólico y con el ánimo completamente por el piso, pero aceptó la invitación. Encontraron un viejo banco de hormigón bien al fondo de la cancha de fútbol 11, donde los árboles altos movían sus copas con el viento mientras de fondo se escuchaban niños jugando a la pelota.
“Matías, sé por lo que estás pasando” dijo el padre. “Estuviste mucho tiempo enfocado para lograr tu objetivo. Estudiaste y te preparaste hasta altas horas de la noche y resignaste actividades que te encantaban solo por obtener el mejor resultado posible. ¿Y sabés qué? lo lograste. Pudiste ganar el concurso y ser el mejor”
“Eso ya no importa, papá” respondió Matías… “Por más que me esforcé un montón, recibí el mismo trato y premio que el que menos estudió”
“Es verdad” dijo el padre. “Pero te va a tocar aprender una gran lección de vida. En la escuela y básicamente en todo lo que no dependa de vos, te va a tocar ver como hay cantidad de personas que se saltan las reglas y ganan, pero más adelante cuando te generes un futuro para ti mismo, vas a tener que volver a esforzarte, porque la vida no es igual para todos”
“No entiendo, papá” dijo Matias.
“Te explico. Siempre estarás rodeado de personas que no se esfuerzan y querrán tener lo que vos te ganaste con el sudor de tu frente, existen y seguirán existiendo. Pero el secreto no está en ganarle a los demás, tampoco se trata de ser mejor que ellos. El punto está en que seas cada vez mejor que tu yo del pasado. La única competencia posible, es con nosotros mismos como individuos. Una vez lo entiendas y lo apliques, la vida te va a dar todas las satisfacciones que te imagines, y triunfarás en todas las áreas que te lo propongas”
“No sé si me gusta eso, papá, quiere decir que quedará mucha gente por el camino mientras yo avanzo” dijo Matías.
“Eso es algo que no lo podés resolver, hijo. NADIE lo puede hacer. No se puede obligar a la gente a que haga algo que no quiere. Ellos tienen sus propias experiencias de vida y situaciones por las cuales vos no pasaste. Tienen ideas que fueron pasadas de generación en generación que les impiden razonar, y en muchos casos confiar en sí mismos. Pero sí de manera consciente y desinteresada querés hacer algo para ayudarlos, sería genial. Siempre que eso no te perjudique y que tampoco lo hagas para sacarte cartel y sentirte más que los demás. Recordá, estás compitiendo con vos mismo”
“¿Quiere decir que esto que siento va a pasar?” dijo Matías.
“Obvio. No solo va a pasar, también te hará más fuerte y objetivo. Esforzate, no solo por vos, también para ayudar a muchas personas que quedaron atrás y que no tienen posibilidades como las tuyas. Pero por sobre todas las cosas, hacelo… porque a diferencia que en la escuela, la vida no da premios consuelo”